miércoles, 27 de enero de 2010

"¡Este jueves, un relato¡" Fuera de aqui, Netsuke. Un Ejemplo de Nobleza Femenina


Netsuke miró por la ventana y observó la lluvia caer en el Iwakura, lugar de las piedras. En el nihon teien o jardín de piedra japonés, la Shima o isla, se hallaba contenida en el vacío que representaba el mar, el musgo reinaba por doquier entremezclado con las piedras de origen volcánico, sobre todo el basalto parecía brillar bajo el agua, que, todo lo cubría con su delicado e intangible manto…
Netsuke era el nombre cariñoso con el que su padre siempre se refería a ella, pues cuando su madre quedó en estado, su padre decía que mimaría a aquel bebé hasta tal punto que lo terminaría llevando encima como a su Netsuke, la figura tallada que los japoneses usaban como broche en su bolsa del dinero o para prender algo al fajín del kimono. A su madre le hizo tanta gracia, que siempre la llamaba así, aunque solo para la familia, pues para todos los demás, en la Época Edo, en el Japón, del siglo XVI, todos la conocían como a la joven aristócrata Hinadori, de la mansión de Dazai, junto al río Yoshino.
Netsuke siguió observando la lluvia empapar los bambúes, el siempre perenne Pino negro japonés, los famélicos arces que dejaban desarrollarse a sus pies, una alfombra de helechos y musgos muy verdes y espesos por las ultimas y abundantes lluvias… Hacia más de un mes de la última nevada y ahora solo caía esa fina lluvia humedeciéndolo todo. El gran cerezo que permanecía desnudo, se hallaba junto al lado mas alejado de la casa, donde el jardín era del estilo Hiramiwa, con todo pequeño, plano y con muy pocos elementos. Allí se encontraba el salón de té, por ser aquel el lugar más apropiado por su solemnidad.
La joven recordó con añoranza como, el maestro de té que celebraba aquel ritual sagrado, hacía todos los preparativos. Todo estaba listo en el lugar de la ceremonia o Chasitsu (también llamado Sukiya, Chaya, Kakoi, etc.) antes de que entraran los invitados. Las obras de arte, que servían para las ceremonias, eran escogidas teniendo en cuenta la estación del año y las características de los invitados.
Antes de entrar, los señores de la guerra debían dejar sus armas, pues en el salón de té no hay rangos ni enemigos, sólo hombres hermanados.
Los invitados esperaban en una zona del jardín o Rogi, llamada sala de espera, Machiai, donde hay símbolos que recordaban lo que se iba a vivir. Allí donde en antaño, cuando su padre aun vivía la gente se conocían y saludaban y hablaban poco, sólo admiraciones hacia el Rogi, para luego volcarse en el goce del silencio.
El Rogi se divide en dos: el Rogi exterior y el Rogi interior, que ya formaba parte del Chasitsu. Se entreabría la puerta que separa los dos jardines y los invitados entraban inclinándose por ese pequeño acceso. Eso predisponía a la humildad, y era una ayuda a la verdadera actitud. Entraban en el Rogi interior, y todo su simbolismo les penetraba, con cada paso que daban, el mundo de lo cotidiano con su bullicio, se desvanecía en la mente. Así, libres, se entregaban a ese mundo del silencio. El invitado se purificaba y armonizaba su corazón y éste, resonaba en simpatía con el rocío, los árboles, los manantiales y las rocas.
Rogi se descompone en Ro (manifestar) y gi (corazón, alma), significaba algo así como manifestar el alma o abrir el corazón. Era el primer escalón en la vía del té. Puede tener varios senderos, pero el maestro ya había señalado uno en concreto que les llevaba hasta una fuente o un recipiente con agua fresca y pura; allí se enjuagaban la boca y las manos, era un lavado simbólico.
Se preparaba el hogar encendiendo el carbón de forma que su calor fuera constante, se añadían unas bolitas de incienso, y se colocaba dentro el hervidero con agua muy pura. Al hervir se oía un murmullo que transportaba la imaginación al ruido de las olas, el viento entre los pinos, el murmullo de un riachuelo...
Donde se hallaba el templo Zen con su agua, sus piedras, el árbol y el farol lo sumergían todo con la musicalidad de una cascada hasta la inmensidad del océano infinito con una parte del jardín solo de roca y arena, llamando a la meditación y simbolizaban entre otras cosas, el equilibrio universal, la naturaleza desnuda. Ese equilibrio, esa quietud, no es sino un estado de conciencia, por eso el jardín solo sugiere… los estados de conciencia los debe poner cada uno.
Dentro de uno, ya no se podía romper la armonía porque ya éramos la armonía.
Los invitados daban las gracias por todo, pero era el maestro quien salía primero por una puerta interior. Luego salían los invitados al jardín y saludaban con reverencias; cuando el maestro de té sabía que estaban en el jardín, salía nuevamente y desde la pequeña puerta del chasitsu saludaba a su vez. Y la ceremonia del té terminaba.
Echaba de menos aquellas ceremonias largas y complejas con miles de detalles y rebosantes de tradiciones milenarias… echaba de menos a su padre… verlo por aquellos jardines de piedra que tanto le ayudaban a recapacitar y a hallarse a si mismo…
Pero Netsuke prefería el jardín más cercano a la gran mansión, el jardín Tsukiyama que era panorámico, a base de colinas y lagos. Estaba inspirado en el budismo «jodokyo» o de la Tierra Pura, que habla de un mundo paradisíaco después de la muerte. Estos jardines se esforzaban en incorporar los elementos de la Tierra Pura y de las Islas de los Inmortales, símbolo de la propia inmortalidad del hombre. Por eso en estos jardines se encontraba su lugar favorito, el lago con una docena de lotos, la flor sagrada de Japón, reposando sobre sus aguas, y las islas solitarias donde ella se detenía en multitud de ocasiones a tocar su Shamisén, su viejo laúd de tres cuerdas, y a pensar en él... Koganosuke.
Koganosuke, era hijo de Daihanji otro noble del lugar. La mansión de Dazai, padre de Netsuke, y la de Daihanji estaban separadas por el río Yoshino. Pero las dos casas estaban en discordia desde hace mucho tiempo y cuando Hinadori y Koganosuke se enamoraron, nada más conocerse, ya sabían que sus padres jamás permitirían que se casaran.
Su amor prohibido no disminuyó con el tiempo y la distancia, y mientras miraban el río que los separaba pensaban el uno en el otro y se dejaban mensajes, con lo que para ellos es el símbolo de su amor…una rama de cerezo en flor…
Durante largo tiempo Hinadori, Netsuke también para su amado, caminaba por sus jardines solo para esperar una muestra de su amor… y de que aún seguía vivo dado que sabían que deberían pagar con sus vidas si su amor era algún día descubierto.
Koganosuke también corría al río a pesar del tiempo, a la espera de una muestra más de su amor y aspiraba con devoción el olor de las flores del cerezo, pálidas y rosadas tratando de captar su esencia en aquello que ella había tocado con sus labios con un beso apasionado…
Pero un día, Iruka de Soga, la persona más poderosa por aquel entonces, le dijo a Sadaka (viuda de Dazai y madre de Hinadori) que obligara a Hinadori a ser su concubina en su palacio.
A Daihanji, padre de Koganosuke, a su vez, le mandan que su hijo trabaje como sirviente de Iruka. Y aunque Netsuke, en principio no quería aceptar la propuesta de su madre, al final cede y decide casarse con Iruka temerosa de las represalias contra su familia.
Por eso aquella noche Netsuke miraba su frondoso y verdoso cerezo en el lado más opuesto a ella y más cercano a su amado río, el que sin ser nada, pues no podía tomarlo con sus manos, lo era todo, era el abismo que una noche más los separaba. Netsuke no deseaba ser la concubina de nadie y lloraba amargamente el anhelo y la desesperación por no sentir sus caricias, ni sus besos por última vez, finalmente con el rostro sereno a pesar de la decisión tomada, comenzó con el ritual.
Las mujeres nobles, como ella pensaban en el Seppuku o Harakiri, un suicidio ritual, por multitud de razones. Como por ejemplo para no caer en manos del enemigo, para seguir en la muerte a su señor o a su marido, al recibir la orden de suicidarse… pero ella lo hacía porque temía que su negativa a Iruka trajera la desgracia, a su ya afligida familia, que vivía hacia poco sin su amado padre. Por otro lado también temía más que cualquier otra cosa, encontrarse con su amado Koganosuke en el palacio cuando ella fuera ataviada como una concubina de la corte, pues por medio de los criados había conocido el destino impuesto por el temible ministro Soga no Ikura a Koganosuke y sabía que en cuanto él viese que era de otro hombre, su amado enloquecería y provocaría que los hombres de Ikura lo matasen… Y eso no lo podía permitir.
Técnicamente, el suicidio de una mujer no se considera seppuku, sino suicidio a secas (en japonés jigai). La principal diferencia con el seppuku es que, en lugar de abrirse el abdomen, se practicaban un corte en el cuello, seccionándose la arteria carótida con una daga con hoja de doble filo llamada Kwaiken.
Netsuke tomó la daga que había guardado en su kimono blanco, impoluto y sobrenaturalmente espectral en aquella noche oscura y cerrada, y lo depositó sobre el suelo de madera. Tomó entonces su Heko obi hecho con una tela muy fina y aunque se puede confundir con un obiage, este era bastante más largo y de brillantes colores en perla y rosa y decorada con la imagen de los cerezos en flor…sakura. Ese obi era el que utilizaba con su kimono de primavera, el mismo que utilizó el día del festival de Hanami, donde conoció a Koganosuke. Aquel día de picnic bajo los cerezos en flor estuvo cargado de miradas los dos jóvenes se enamoraron mientras se dejaban embargar por la belleza de aquel paraje, bajo la sombra de aquellas nubes rosadas….
Sin duda aquel obi que tanto significaba para ella era el más adecuado para llevar a cabo aquel ritual. Lo tomó por un extremo y con él ató sus muslos por encima de la rodilla y con el otro extremo ató sus tobillos, inmovilizándose totalmente. Aquel ritual milenario era sin duda para no tener la deshonra de morir con las piernas abiertas al caer.
Normalmente los samuráis antes de ejecutar el seppuku, bebía sake y componían un último poema de despedida llamado zeppitsu o yuigon, casi siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra. En el fatídico momento, el practicante se situaba de rodillas en la posición 'seiza', se abría el kimono (habitualmente de color blanco, que aún hoy sólo visten los cadáveres); envolvía cuidadosamente la hoja del 'tantō' (daga de unos 20 - 30 cms) en papel de arroz, ya que morir con las manos cubiertas de sangre era considerado deshonroso; y procedía a clavarse la daga en el abdomen de una manera ceremonial.

Pero para las mujeres era distinto… era una cuestión de pasión, de fidelidad, de amor…
Netsuke abrió la puerta corredera de su alcoba y dejó que el frío de la noche acariciara su mortecina piel… los largos y lacios cabellos negros le caían sobre su kimono blanco, tomó con su delicada mano la daga y la sacó de su funda de plata finamente labrada.
Por ultima vez miró a su adorado jardín y se recreo con el repicar de las gotas caer en los diferentes elementos y entonces pensó que ojalá su jardín estuviese como en primavera… cuando sus crisantemos, sus Flores aves del paraíso, sus Iris Lirios y sus Narcisos enanos florecían por doquier a ambos lados a lo largo del camino de arena y piedra pulida. Anheló ver el manto violeta de la Wisteria Floribunda, una planta trepadora de los muros más alejados y como no… sus magnifico cerezo florecer… aquel año había esperado con emoción que floreciera como tenia costumbre ya por aquella época, sin embargo, ese año se resistía ha hacerlo y ya estaba llegando la primavera… puede que por las nevadas o como presagio de que todo iba a acabar…
Anheló en sus labios un último beso de Koganosuke y miró la nota que había escrito para su madre, rogándole que la perdonara por la deshonra, pero que ella era una mujer guerrera japonesa, una bushi, y no podía olvidad para quien sentía su lealtad eterna…
Volvió a mirar al cerezo y con su nombre en los labios seccionó su delicada piel, dejando una estela roja correr por su pecho. Netsuke abrió totalmente los ojos y trató de forma inútil de suspirar. Netsuke cayó delicadamente hacia un lado y mientras su corazón iba bombeando su sangre con cada uno de sus últimos y delicados latidos, entonces un leve resplandor rosado y perla brilló en la noche y la lluvia cesó en ese instante… después de aquella diminuta y bella flor, se abrieron muchas más hasta hacer sucumbir todo el árbol en una explosión mágica de luz espectral y color nacarado que hizo sonreír a Netsuke en su ultimo aliento, mientras con sus labios, sin sonido alguno, llamaba a su amor Koganosuke…
A la mañana siguiente un grito alarmó a guardias y criados, a familia e incluso a los animales que allí vivían… su fiel perro Kibo aullaba desesperado… la joven había muerto.
Su madre corrió al lado de su delicada hija que yacía ya fría y serena en el suelo con su kimono blanco teñido de carmesí. Junto a ella una carta donde le explicaba lo grande que era su amor y que tratara que por nada del mundo su amor supiera de su muerte hasta que dejara de servir para el malvado ministro. Y le relató como hubiese deseado tener una rama de cerezo para poder avisarle de que seguía viva y esperando a su amor, pero que aquel año, éste no había llegado antes de su partida… pero que lo vería junto a el en el otro mundo que los esperaría para reunirlos de nuevo.
Sadaka, madre de Netsuke arrojó una rama de cerezo en flor al río para informar a Koganosuke de que su hija está viva, como si ella le mandara un mensaje de amor.
Koganosuke, a su vez, cree que si trabaja como sirviente en el palacio, Iruka le torturará para enterarse de dónde está escondida Uneme, novia del emperador, quien es enemigo de Iruka. Por lo tanto y a pesar de su amor por Netsuke, se corta su vientre, en un ritual seppuku, dado que los samurái, que consideraban su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente, rechazando cualquier tipo de muerte natural, antes de ver su vida deshonrada decide darse muerte con un Hara-kiri: "corte del vientre". Koganosuke dedica a su amada su último verso de despedida y con su último aliento le pide a su padre que eche una rama florecida en el río, para que Hinadori piense que él también está vivo.
Los dos mueren y sus respectivas ramas se encuentran en el río y se entrelazan sus flores en un abrazo infinito hasta que se desvanecen en sus aguas….
Días más tarde corre la voz del suicidio el mismo día de los amantes, hasta que llega a oídos de Sadaka y Daihanji, estos consternados e impresionados por el respectivo amor de sus dos hijos, deciden casarlos como muestra de respeto y reconocimiento a su inconmensurable amor.
De este modo los amantes se unen en la otra vida y por siempre permanecerán juntos, cosa que no pudieron hacer en este mundo. Y su historia fue contada a ricos o pobres, a nobles y plebeyos y aquella fue conocida como Imoseyama Onna Teikin (Un Ejemplo de Nobleza Femenina)… Fin.

Para Viento… gracias por ser mi apoyo y mi inspiración, en estos tiempos de tormentas y grises… inspirada en su relato Kamikaze

Basado en una obra característica de Japón y muy conocida que se interpreta en el Teatro Kabuki, teatro tradicional japonés, donde todos los actores son hombres. Es la historia del derrocamiento del ministro Soga no Ikura, en la obra titulada Imoseyama Onna Teikin (Un Ejemplo de Nobleza Femenina).

2 comentarios:

  1. Hola soy Nati que blog más bello es un placer leerte, me quedo aquí para entrar poquito a poco y seguir con tan placentera lectura.
    Yo te invito a que conozcas mi blog se llama: Los cuentos de Nati y si te gusta lo que lees estas invitada a quedarte.
    Un beso Nati.

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  2. gracias¡¡¡ Por supuesto estás en tu casa¡¡¡ Un beso y devolveré la visita¡¡¡¡¡¡¡

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