martes, 15 de marzo de 2016

Promesas…

Habría sido muy fácil mirar al frente y olvidar todos y cada uno de los pasos que me habían llevado hasta aquel pequeño pueblo de la costa, pero había dado mi palabra… aferrada a aquella carpeta con la esperanza no solo de encontrar respuestas a todas mis preguntas, sino también el secreto para encontrar un amor de verdad, como los de antaño, de los que te duran toda la vida y te hacen seguir amando a alguien incluso después de que la muerte os separe. Sin embargo, en el proceso también había perdido un trocito de mi alma, apegada a todas y cada una de las palabras que había leído. Una silueta se acercaba lentamente a mí, eclipsada por la luz del sol que moría en el horizonte y en mi mente solo podía oír retumbar una y otra vez las palabras que había oído semanas atrás, pero que se habían grabado a fuego en mi alma. “Mi dulce Lucia, mi amada… volveré a ti… cada segundo sin ti es una agonía… Mi bella Lucia, solo deseo que estés bien, debes de estarlo…. Tú y mi hijo sois lo único que me da fuerzas…” Nunca olvidaré la noche en que murió mi abuelo, hacía semanas que estaba ingresado y ya solo esperábamos que llegase pronto el final, antes de que sufriera y su mente se volviera tan difusa que ni si quiera pudiera reconocernos, como ya nos había pasado con mi abuela. Sin embargo, en sus últimos días estuvo más lucido que nunca y aun sabiendo a que me enfrentaba me ofrecí a pasar con él las noches para que mis padres pudieran descansar. Me había criado a dos puertas de la de mis abuelos y había crecido con sus historias. Que si el hermano de tu abuela Enriqueta había ido a la mili 11 años, que si en la postguerra la gente pasaba hambre, que tenían una cartilla de racionamiento y que su madre se iba en burro al pueblo donde compraban el pan para toda la semana e historias así que nos hacía pensar en aquella época como algo tan lejano como remoto. Lo cierto es que hasta aquellos últimos días, no había vuelto a pensar más en esas historias, solo eran las anécdotas de un anciano. Pero aunque él apenas tenía unos 6 años cuando acabó la guerra, aún se estremecía al recordar como muchos se iban a dormir a donde guardaban los animales, lejos de sus casas, por miedo a irse a dormir y no volver a despertar. Y allí estaba yo, velando el sueño de mi abuelo de 83 años como si el de un niño se tratase. Una noche despertó sobresaltado de madruga… -Tranquilo abuelo, estoy aquí… soy yo… -Oh Lucía…. Mi amada Lucía… ¿sabes?, cuando murió mi padre yo pasé con él sus últimos instantes. Yo apenas tenía 20 años y ni si quiera conocía a tu abuela. Antes de morir me dijo que sentía dejarme tan pronto, pero que a partir de ese momento tenía que ser un hombre y un hombre debía cumplir siempre sus promesas. Pero que por desgracia él iba a morir sin poder cumplir dos de las promesas que años atrás le había hecho a su mejor amigo. Cuando le pregunté por esas promesas me contó que yo no lo recordaba porque era muy pequeño pero que cuando apenas era un niño a él se lo habían llevado preso a una prisión y allí conoció a Antonio. Mi padre solo era un muchacho inculto de campo que se había buscado problemas por su orgullo y que aquello le había llevado a compartir cárcel con republicanos y revolucionarios contrarios al General Franco. Pero Antonio era diferente, era un niño bien de una familia acomodada al que habían mandado a la universidad donde aprendió lo que era la palabra libertad. Los dos habían sido llevados a la misma Sevilla al centro El Colector, ubicado en la barriada de Heliópolis. Mi padre fue unos de los más de 500 presos del franquismo que construyeron el desagüe municipal de Heliópolis. Y desde el verano de 1937 a enero de 1939 estuvieron juntos en aquel infierno. Mi padre solo era un don nadie, pero Antonio era distinto, era culto y muy inteligente. Escribía a todas horas en un pequeño bloc, a veces poemas otras un diario de todo lo que allí les acontecía y cada día escribía cartas tanto a su familia y como a su novia de la que estaba muy enamorado. A veces también escribía a un compañero de universidad y aunque los textos eran muy limitados por la censura y solo podían hablar del frio, la comida y su estado de salud, a veces se entusiasmaba demasiado en sus opiniones. Un día llegó una carta donde su novia le contaba que iba a ser padre y que debía volver al pueblo para criar sola a su hijo, Antonio se desesperó e impotente se desahogo en una carta a un amigo estudiante de periodismo. Los guardias la interceptaron y decidieron acusarlo de enemigo de la republica... Desde entonces no le permitió volver a mandar más correspondencia y permaneció a la espera de juicio. Todos daban por hecho que no habría una sentencia de muerte por su situación acomodada, pero para entonces Antonio ya había perdido la cabeza. Escribía a todas horas en su pequeño cuaderno y enloquecía al pensar que se iba a quedar sin papel. Las semanas y los meses se sucedieron y cada vez hacía la letra más pequeña y murmuraba para sí que no le daría tiempo… otras gritaba que ya era un hombre muerto y que al menos le dejaran saber si su hijo había nacido y si su novia estaba bien…. Llegó el fin de año y la sentencia de muerte cayó sobre todos como una jarra de agua helada. Una fría noche de enero vinieron a por él. Mi padre temblaba más que él, pero Antonio no tenía miedo… solo le hizo prometerle dos cosas. Le entregó sus manuscritos envueltos en un trozo de tela de una raída camisa vieja y le hizo prometerle que buscaría a su amada y se aseguraría de que ella y su hijo recibieran aquel paquete. Al día siguiente llegó el indulto por el que su familia había movido cielo y tierra… aunque ya era demasiado tarde. Mi padre salió de allí un año después, con los pulmones encharcado y condenado a una muerte prematura… -dijo finalmente con la mirada pérdida y los ojos vidriosos. -¿Y qué fue lo segundo abuelo…? -que si algún día tenía una hija la llamaría Lucia… pero mi padre solo tuve hijos y yo como bien sabes solo tuve varones también. Pero cuando naciste tú hablé con tu padre y le pedía poder ponerte ese nombre… al menos cumplí uno de sus deseos… aunque moriré aún con esos manuscritos guardados en mi cajón y sin poder cumplir la promesa de mi padre… - Yo lo haré abuelo…. Los buscaré y se lo daré, así podrás cumplir la última voluntad de tu padre. Mi abuelo sonrió y en apenas un murmullo pronunció… -Mi dulce Lucia… mi amada…- y cerró los ojos para siempre. Al volver a su casa encontré en el cajón la carpeta de sus manuscritos. Me pasé los siguientes 5 días leyendo y ordenando las cartas por fechas hasta que encontré su última carta con fecha del mismo día de su ejecución… “Mi dulce Lucia… mi amada… mi dulce niña. No sufras más por mí mi amor, porque cada mañana que amanezco en este horrible lugar lo hago con el recuerdo de tu sonrisa y cada noche sueño con el olor de tu pelo. Cuando cierro los ojos me parece como si fueras real y a veces eso es lo único que me separa de la locura. Y aunque no pueda volver jamás a tu lado nunca podré olvidar todo lo que vivimos juntos, porque soy consciente de que lo que viví junto a ti fue el más maravilloso de los regalos. Me iré de este mundo sabiendo que no conoceré a nuestro hijo, pero créeme cuando te digo que lo quiero con la misma intensidad con la que te quiero a ti. La vida me ha sonreído muchas veces y aunque ahora todo parece oscuro y siniestro, soy consciente de que lo que viví a tu lado, aunque corto, pocas personas lo han conocido en su vida y no cambiaría ni una sola coma de nuestra historia de amor. Sin embargo, me temo que esto es un adiós, he oído a los guardias que esta noche me llevarán a dar el paseíllo, pero mientras camine bajo las estrellas sabré que al fin soy libre y donde quiera que yo vaya, allí mismo te esperaré. Te amo, Antonio.” Tardé unas pocas semanas en encontrar una pista fiable y a través de las redes sociales encontré al fin a sus descendientes. Se llamaba Antonio, como su padre, y al presentarme simplemente él… sonrió.

1 comentario:

  1. ha sido un placer pasar por tu blog. Te invito a navegar el mío. Un abrazo
    http://andreszuniga-escritor.blogspot.com.ar/

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